La historia de la medicina esta plagada de hallazgos casuales y de llamativas paradojas que, unas veces han supuesto avances significativos en el modo de tratar diversas patologías y otras tantas han abierto o mejorado líneas de investigación. Algunos de estos hallazgos debutan directamente como métodos terapéuticos (véase la Penicilina), otros abren las puertas o allanan el camino del conocimiento médico para acabar, finalmente, en terapias útiles.
Los cirujanos plásticos estamos acostumbrados a “ver pasar“ muchas técnicas quirúrgicas y novedades terapéuticas que comienzan siendo espectacularmente prometedoras y se acaban ahogando en sus propios fracasos. Como veremos en este recorrido, casi todo lo útil ya se ha inventado. Solo la Historia es la auténtica valedora del éxito de los tratamientos que llevamos a cabo hoy en día; aunque a veces cueste un siglo. Los injertos de grasa (o injertos de tejido adiposo si queremos ser puristas) constituyen una de estas paradojas que, afortunadamente, han recorrido el sentido inverso antes comentado. Comenzaron siendo tratamientos poco prometedores, impredecibles y, en cierto modo, peligrosos y apunto de desaparecer, para acabar convirtiéndose en la mecha que ha hecho explotar la investigación en terapias regenerativas. Sorprendente.
Basta recorrer brevemente la historia de esta técnica para entender este razonamiento. Nos tenemos que remontar a 1893 para encontrar la primera descripción de un injerto de tejido adiposo libre. El Médico alemán Gustav A. Neuber nos describe como usó un fragmento de grasa tomado del brazo para rellenar un defecto cicatricial en el párpado inferior de un paciente de 20 años; es más, narra como ha realizado más operaciones de este tipo con éxito. Eso si, deja claro que también ha tenido fracasos, debidos en gran medida al uso de injertos demasiado grandes. No recomienda usar fragmentos de grasa “mayores que una almendra o una judía”. Si pasamos por alto la comunicación del primer injerto de grasa en la mama hecha por el Dr. Vincenz Czerny en 1895, tenemos que esperar hasta 1923 para encontrar la asombrosa descripción del uso de tejido adiposo para corregir defectos, surcos, arrugas, etc ¡mediante inyección!, con el fin de no dejar cicatrices. En su libro, publicado en 1923, el Dr. Miller también establece la comparación entre este tipo de tratamiento y los inyectables sintéticos que, por aquel entonces, se usaban. Están leyendo bien… hace casi un siglo que se usaban inyecciones de materiales como gutta percha o parafina en cirugía estética. Como no podría ser de otra forma, también hace referencia a las complicaciones que provocaban estos materiales y a como evitar embolismos. Se abría, por tanto, una nueva forma de afrontar la reparación de defectos en cirugía reparadora y estética. Como vemos casi todo está inventado … al menos en cirugía.
Desde la primera descripción de 1893 uno de los problemas que se afrontaban era la supervivencia limitada del injerto, que superaba difícilmente el 40 %. Todos estos pioneros, y muchos que vinieron después, experimentaron resultados decepcionantes debidos a la reabsorción total o parcial de los injertos. Aunque la principal sospecha, de la escasa supervivencia, era el tamaño del injerto, tuvieron que pasar más de cincuenta años para que el Dr. L A Peer publicara los primeros datos científicos y las primeras conclusiones sobre lo que acontecía en los injertos. Tuvieron que pasar casi cien años para que se establecieran una serie de parámetros que al final serían los decisivos para mejorar notoriamente esta supervivencia y para comenzar a convertir al injerto de grasa en el material de relleno definitivo. Estos parámetros se resumirán básicamente en obtener y purificar fragmentos muy pequeños de grasa y colocarlos igualmente en muy pequeñas cantidades. Al fin y al cabo se trataba de averiguar cual es el tamaño correcto del fragmento de grasa que puede nutrirse hasta echar sus “raíces” definitivas.
Desgraciadamente las comunicaciones que, sobre la práctica de injertos de grasa, poblaban las revistas científicas hasta la década de los ’90 eran de todo menos alentadoras. Altos indices de perdida de los injertos unidos a complicaciones desastrosas no permitieron un avance significativo; más bien todo lo contrario. Una técnica tan revolucionaria hoy día como el aumento o la reconstrucción de pecho mediante injertos de grasa fue literalmente condenada por la ASPS (Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos) en 1987 y no fue hasta 2007 cuando se conmutó esta condena. Parecía, por tanto, que la técnica se ahogaría finalmente en sus propios fracasos. Durante los años ’90 y, sobre todo, la primera década del siglo XXI se produce un giro radical en esta situación, siendo escenario de la consolidación definitiva del procedimiento. Primero con el establecimiento de los parámetros adecuados para su realización; después con la explicación definitiva de su funcionamiento derivada del hallazgo y categorización de las células regenerativas. Con el descubrimiento de que el tejido adiposo humano es el que contiene mayor número de células madre adultas de todo el organismo y que estas células, junto con otras también localizadas en el tejido adiposo, son las responsables de un sinfín de fenómenos reparadores, hace pasar a la “grasa” de un tejido desechable y molesto, tirado a la basura, a una enorme fuente de beneficios; en un auténtico oro líquido. Hoy en día mucha gente ha oído hablar de que las arrugas o los glúteos se pueden rellenar con grasa. Lo que muchos no conocen es que detrás de algo que aparenta ser tan sencillo como quitar grasa de aquí para ponerla allá tiene una historia tan azarosa.
Estos más de 120 años de historia de los injertos de grasa han supuesto un cambio paradigmático muy interesante.
La grasa ha pasado de ser un material molesto y desechable, poco útil por su alto indice de reabsorción y fuente de no pocas complicaciones a un auténtico “oro líquido”, el relleno perfecto por que lo alberga cada paciente y que , para colmo, contiene células capaces de regenerarme.
Afortunadamente, en los más de 18 años que llevo practicando injertos de grasa, he sido testigo de todas estas experiencias. Ver mejorar o desaparecer pigmentaciones o cicatrices, ver rehabilitación en tejidos deteriorados, ver desaparecer dolores articulares o mejorar la movilidad muscular no son resultado de un puro relleno. He tenido el privilegio de revisar pacientes, después de ocho o diez años, en los que el resultado se mantenía y había “acompañado” su normal envejecimiento o su embarazo.
Pero la historia no acaba aquí. En el momento actual, en el que todavía no conseguimos (o al menos no podemos documentar) prendimientos del 100%, tratamos de mejorar los resultados enriqueciendo los injertos con células regenerativas procedentes de la propia grasa. Este enriquecimiento supone mejorar las condiciones que tiene el injerto para prosperar, adaptarse e incluso aumentar sus propiedades regenerativas.